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  • Marianne Renoir

Diario de una pasión

Actualizado: 26 may 2022


Hoy, luego de mi clase de Literatura junto a los más peques, he decidido tomar papel y lápiz y guardar algunos apuntes producto de nuestras sencillas reflexiones. No con futuro afán de vanagloriarme o enaltecer mi ego, sí con la intención de hacer una corta “reflexión pedagógica” que me brinde un aliento para continuar camino en medio de semanas como ésta, donde la esperanza se desdibuja, la cosa se torna color de hormiga y al final de la jornada me encuentro breathless.


Hoy hemos avanzado en el Diario de los apuntes de James y el Melocotón Gigante. Elaboramos una página en la que hicimos la descripción de uno de sus personajes. Cada quien elegía uno, su favorito. Muchos dibujaron a la Mariquita, al Ciempiés y al Gusano de Tierra o Lombriz, la idea era que al terminar también lo colorearan. Durante el ejercicio observé a Jim realizar la primera parte de la actividad, Jim es el más chiqui de la clase y también el más atento, luego guardó rápidamente dentro de su cartuchera, mientras se sacudía las diminutas sobras de madera de su pantalón, un lápiz de punta negra, un borrador y un sacapuntas. A su lado los demás chicos y chicas terminaban de colorear. Por un momento me quedé viéndoles pintar, miraba detalladamente el movimiento de sus manitas, unas delgadas y alargadas, otras gorditas y redonditas, observaba como intentaban llenar los espacios con trazos rápidos como si se tratara de una competencia en la que se encuentran el que termina más rápido y el que lo hace mejor. Usaban magistralmente los colores: rojo, amarillo, azul, verde, dominándoles a la perfección. Por su parte Jim dejaba su hojita al lado mientras se apuraba a empacar siete panes y cinco mangos que había logrado rescatar luego de que sus compañeritos decidieran no consumirlos en el desayuno escolar. Después de permanecer en silencio por varios minutos irrumpí en el ruido eterno y les dije, a lo que prestaron mucha atención, porque ya me conocen y saben cómo empiezo el cuento:


Hace mucho tiempo atrás una profesora en los grados de preescolar, jardín o transición, no lo recuerdo bien, pero en un grado de los más chiquiticos, se encontraba muy preocupada al observar que uno de sus estudiantes, Juanito, cuando le mandaba a dibujar y colorear lo pintaba todo de un solo color, de color rojo. La vaca roja, el sol rojo, la tierra roja, el cielo rojo. Si la profesora les dibujaba un angelito lo pintaba rojo y si los mandaba a dibujar algo malvado y enojado - ¿un demonio, profe? intervino Martín, -Sí, Martín, un demonio y bien feo, respondí, también lo pintaba rojo. Realicé una pausa, guardé mi marcador, mi borrador, para mantener el suspenso. Los chicos impacientes, unos corrieron la silla llamando mi atención, otros murmuraban, hasta que uno gritó - ¿y qué pasó profe?, a lo que contesté: pues que la profe muy preocupada mandó a llamar a su mamá. Estaba muy asustada la pobre. Cuando la mamá llegó, la profesora la invitó a sentarse y comentó con cara de preocupación lo que le sucedía en su clase al pequeño Juanito.

- Lo que pasa señora es que he venido notando que a Juanito le pasa algo raro, porque siempre que le pongo a dibujar o a colorear algo todo lo pinta de rojo: la vaca roja, el sol rojo, la tierra roja, el cielo rojo y si le mando a pintar un angelito o algo muy malvado y enojado también lo pinta de rojo, argumentó la maestra. Entonces la madre la mira con asombro y le responde: ah, no profe, no se preocupe, lo que pasa es que este año le compré un solo color, para que no lo vote. Los niños se echaron a reír, y no pararon por varios minutos. Sí, es un "cuento" malo, tan malo como los que acostumbro a frecuentar, lo sé, y seguramente poco original ¡pero no pararon de reír!!! y yo con ellos.


Pues no pasa nada, mi desabrida historia ahora es sólo un pretexto para hacer una remembranza de una que leí hace algún tiempo atrás.



Se trata de una historia de juglares o aedos, los mismos que cantaban en gesta en medio de las plazas públicas y dentro de las grandes reuniones familiares. Eran contratados para amenizar grandes eventos y reuniones, jugaban con variaciones espontaneas sobre otros cantos aprendidos, de modo que eran poco originales, pero sí auténticos, y esa autenticidad la conseguían al incluir nuevas improvisaciones, personajes, sucesos, que hacían que la trama del mismo poema o historia, aunque memorizada, nunca fuera idéntica a la vez anterior. Se valían de cientos de trucos para conjurar un relato. Como interpretando un acordeón, en Valledupar, acortaban o alargaban la trama dependiendo la ocasión, el humor y el ambiente del lugar. Adornaban con novedosas palabras y lujosas descripciones sus melodiosas prosas, dominando, al mismo tiempo, el arte de la pausa y el suspense. Estoy hablando del tiempo de las palabras aladas, sí, para ese entonces la escritura tenía alas. Las palabras volaban de un lugar a otro, de cultura a cultura, siempre cargadas de experiencias, de lugares, de aromas, de acentos, de ritmos, de colores, y al llegar a su destino jamás volvían a ser las mismas.


Hoy, después de clases y en medio de mi acto relfexivo, vino a mi cabeza que es hora de resucitar el lenguaje oral, dejar que las palabras vuelen, sean libres. Que pajareen por aquí y por allá, que polinicen nuevos jardines con verbos, adjetivos, sustantivos, articulos. Es tiempo de cultivar el rito de escribir hablando. En la expresión oral, detrás de cada verso se esconde un universo, un multiverso, una galaxia en donde no es necesario pedir permiso ni derechos de autor, son palabras que se convierten en historias, relatos que viajan de generación en generación, que vuelan, se transportan en grandes barcos, en naves espaciales, nos tele transportan a paraisos con fuentes que se desbordan de imaginación. Fluidas, creativas, cargadas de gracia, de folclore, de notas musicales hacen parte de la tradición oral de cada región, una que nos acompaña desde tiempos remotos, que nos pertenece a todos. Inició con el relato en boca de la abuela de tu abuela, o la abuela de Gabo a quien, dijo él mismo, deberle tantas historias como las que más tarde puso en el papel para narrar, en pocas páginas, cien años de soledad.


El cantar de gesta está en tu boca, en la mía, en la de la madre o el padre que lee un cuento o narra una historia a su peque antes de adentrarse en el planeta de los sueños. Recuerda que algún día miles de poetas analfabetos imaginaron cientos de poemas que cantaron a sus hijos; los que luego dejaron sombra en la imaginación de grandes escritores, tan antiguos, que ahora mismo no recuerdo. Alguno escribió algo sobre un tal Edipo. “En tiempo de palabras aladas, la literatura era un arte efímero” y su representación sucedía solo una vez de la misma manera.


Hoy, sin duda, fue un día especial. Pude sentarme a escribir algo gracias a la inspiración que me brindó Jim, pero también fue uno cargado de nostalgia. Hoy me despedí de la clase, pues regresó el profesor nombrado en propiedad para la clase de Literatura. Les hablé de su nuevo profesor y de los miles de cuentos que seguramente sabrá y compartirá con ellos, - Sin duda pondrá alas a su corazón para llegar al de ustedes, les dije. Finalmente Jim me abrazó y dijo que me extrañaría muchísimo, pero que me buscaría en la sala de profesores o a la hora del descanso, y Dorian, quien viene conmigo desde el año pasado en el Programa de Aceleración del Aprendizaje, me susurró al oído que yo era la mejor profesora que jamás había tenido.


Hoy me despedí de la clase con el corazón más grande que el que traía la primera vez que crucé la puerta y les vi allí sentados, porque el de hoy está lleno de agradecimiento. Hoy me despedí de la clase cargada de experiencias, pero también como lo he hecho de muchas otras, en las que ahora mismo, tal vez, soy solo una sombra del recuerdo. Sin embargo me despedí como siempre y a la manera del más niño de los poetas colombianos, Jairo Aníbal Niño, con un poema:


¿Qué es la despedida?
La despedida es una mano
que es un pañuelo
que es el corazón
y la distancia.
La despedida es una mano
que es un pañuelo
que es una mano
en el corazón de la distancia...
By M.
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