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  • Marianne Renoir

CERES

Por Ben Clark



Admiro a los amigos que hacen pan y los cuido y protejo con conjuros inventados, escribo poemas en su honor y, si se mudan, vendo mi biblioteca y doblo mal la ropa y la introduzco en bolsas de basura y voy con ellos, a su barrio, a su calle, a su mismo edificio si es posible, y así me dan el pan, el pan que han hecho esta mañana, anoche, ayer, no importa, tierno siempre, caliente aunque esté frío.


El pan. Y mis amigos me comprenden

y no se espantan, saben que no sé, que no puedo, que nada me gustaría más que no tener que molestarlos siempre con el mismo cuento; el pan, vuestro pan, me da la vida, hace que me arrepienta y que me alegre a la vez del tratado que firmamos mucho antes de nacer: habrá personas fecundas que harán pan, que enseñarán a sus hijos el truco y que no tienen a cambio que hacer nada.


Y habrá personas huecas como yo, hijos sin hijos, nombres moribundos, que a cambio de una pizca de ese amor tendrán que proteger a los que saben, cuidarlos siempre, amar a los que saben y no pedirles nunca lo que es suyo y agradecer las migas cuando falte el pan, y ser amigo cuando no haya nada de nada y sólo queden palabras sobre el pan, y si eso ocurre ser abrazo de roca y ser su barca, porque esa es su tarea, la tarea de un hombre que no puede y que no sabe, pero que ama y comprende los milagros.


De la policia celeste



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